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Jueves 3 de marzo:
Buenos días
Licenciada… me dio su teléfono la Dra. Ferrari, me dijo que usted podía
atenderme. Estoy en una situación delicada, pero no quiero dar datos por aqui.
Pero no es urgente. No tengo celular y todavía no tengo un teléfono dónde pueda
ubicarme… la vuelvo a llamar… mi nombre es Magdalena María, tengo 25 años… no
sé si sirve este dato, pero bueno… mejor espero a que me pueda atender, hablar
con una máquina no es para mí. Adiós, vuelvo a llamarla en breve.
(Primera entrevista)
Timbre
-Buenos días, soy Ana… adelante
-Si, mi nombre ya se lo dije en
el mensaje, soy Magdalena María, puede decirme Magdalena… María es mi nombre de
bautismo, quizás es el más importante, pero todos me dicen Magdalena o Magda…
no sé si tiene importancia lo que digo… pero bueno… ¿dónde me siento?
-¿Le parece bien en el sillón
rojo?
-Donde usted me diga va a estar
bien, sé acomodarme a las situaciones.
-La escucho Magdalena, me dijo en
el mensaje que la Dra. Ferrari le dio mi teléfono….
-Si… es delicado lo que le voy a
decir, le pido que si usted no puede atenderme o no quiere atenderme me lo diga
ya mismo.
-¿Porqué no querría atenderla?…
no nos conocemos, tampoco usted sabe si quiere que yo sea su psicoanalista…
vamos a dar tiempo a esas decisiones, ¿le parece?
-Es que no puedo perder tiempo.
-Bueno, tampoco puede ganarlo por
ahora…
-Está bien… mejor le cuento lo
que me pasa… trate de ser justa conmigo porque
si no me puede ayudar es mejor saberlo pronto, estoy sufriendo mucho por
una exclusión terrible que fui objeto… que soy objeto.
-Cuénteme mejor, de qué exclusión
fue objeto… es objeto…
-Es un poco vergonzante, hace
días que tengo el rostro caliente y sé que tengo la mirada extraviada. Es
demasiado difícil… Prefiero no mirarla para contarle, no se ofenda…
-No se preocupe, la estoy
escuchando, quizás si habla se tranquilice un poco, tenga menos vergüenza, se
le enfríe el rostro…
-Voy a confiar en usted… es tan
complicado mi problema que ni el padre Ignacio quiso escucharme… soy novicia, o
ex novicia, ya no lo sé… entré en el convento de Las hermanas de Cristo… ¿lo
conoce?
-Discúlpeme, pero no…
-Mejor … entré en el convento
hace 3 años… después de un largo tiempo de querer ser monja y luchar contra mi
familia, entré en Las Hermanas de Cristo… en verdad, yo quería ser Carmelita…
pero no pude entrar… quería estar enclaustrada, y no pude ni pasar por una sola
reja… desde chica quería eso, me gustaba, me emocionaba pensar en ser novia de
Cristo para siempre, y llevar el velo negro que tanto cuesta conseguir… fui
cobarde…. Me costaba pensar en estar 6 meses o un año hasta que se decidiera
algo sobre mí… entré entonces, quizás por facilismo, en Las Hermanas, ahí es otro
régimen, otra espiritualidad… vivíamos en una comunidad bastante abierta, pero
después de un tiempo, empecé a sentir sudores, a tener temblores en el cuerpo,
sentía que los ojos se me iban para atrás… el estómago se me retorcía, mucho
asco muchas veces…
-Y cuándo le pasaba todo eso?
-Cuando empecé a conocer más al
resto de Las Hermanas, las cosas no eran como yo las esperaba, habían muchas
rivalidades, no eran todas piadosas… no quiero hablar mal de nadie, pero se
peleaban mucho, cuchicheaban unas de las otras, y a mi me empezaba a gustar
todo mundo de chisme constante… parecíamos mujeres!
-Son mujeres…
-No se confunda… somos hermanas…
pero estoy tan avergonzada… teníamos que rezar, eso es lo que teníamos que
hacer… conversar unas de las otras, pelear por situaciones mundanas, nos hacía
mal, pero parecía que era nuestra vida en comunidad así… hasta que me vino una
enfermedad estando ahí adentro… una enfermedad terrible… que sólo puede ser una
prueba que Dios me puso para ver mi vocación, por algo quiso probar también la
tolerancia de mis hermanas en Cristo….
-¿De qué se enfermó?
-No sé ni cómo expresarle mi
vergüenza… lo que pasaba era que cada vez que escuchaba una pelea, sentía
una
imperiosa necesidad de tocarme el cuerpo, de acariciarme en los lugares
prohibidos de una mujer… quería
controlarme pero no podía y me sentía obligada, quizás por el diablo, a hacerlo
delante de mis hermanas en la fe…
-Y con qué lo relaciona
Magdalena… por qué cree que le pasaba eso… por ejemplo, si no le adjudicáramos
eso al diablo y pensáramos en eso que a usted le pasaba estando en esa comunidad,
con qué lo relaciona?
-No lo sé… usted entiende que no
lo sé?... tal vez, necesitaba que alguien viera mi enfermedad y le pusiera
frenos… era como si tuviera un diablo en el cuerpo… en las manos… los últimos
días de la comunidad, rezaba para que alguien me atase, que alguien me castigase
por eso…
-¿Y le dieron el gusto?
-¿De qué me está hablando?
-¿Le dieron el gusto, la ataron?
-No Licenciada Ana, no …. No, al
contrario, me echaron… me dijeron que atentaba contra la vida de
recogimiento
del convento, y que lo único que podían hacer por mí era ofrecerme todas sus
plegarias pero que tenía que salir de la Comunidad inmediatamente, por lo menos
hasta que mi problema se solucione…. Estaba desesperada, primero quise hablar
con el Padre Ignacio, pero no me escuchó… quizás ya le habían contado… me
recibió en la Sacristía, ni me dejó sentar y me mandó con la Dra. Ferrari que
es una ginecóloga… sin dejarme decirle nada, el padre Ignacio me dijo: tu padecimiento es una “enfermedad del
vientre de la mujer”… yo sabía que no era eso… sabía que era otra cosa… pero no
se lo podía decir…
-Y ¿qué era la “otra cosa”?
-Tendría que contarle cosas de mi
vida, que no querría contar, entiendo que usted es una profesional y le tengo
que contar toda, como desnudarme frente a un médico, pero… me siento entre la
espada y la pared… tengo miedo que usted
cuente las cosas que necesito decir… me pica todo el cuerpo…
-Puede contarme lo que quiera, no
se preocupe, el secreto profesional es tan importante como cualquier compromiso
vocacional…. Puede hablar de lo que quiera…. Quizás si se anima a decir las
cosas que le resultan tan “picantes”, se alivie, pueda pensar mejor lo que le
pasa, se le pase esa angustia que la tiene tan atrapada…
-Quizás tenga un trauma como eso
que ustedes dicen, los psicólogos o psiquiatras… ¿Le parece que si algo me pasó de chica y
nunca lo dije, y me lo olvidé, o creí que me lo había olvidado, sea un trauma?
-Quizás le pasaron cosas que
nunca habló y sea mejor entregarse a sus palabras…
-Cuando me venían los recuerdos
de esos momentos traumáticos, yo rezaba sin parar… primero 20 Ave Marías,
después 30 Padrenuestros, después tenía el rosario siempre en la mano, cada vez
eran más los sacrificios y los rezos,
hasta que ya no contestaba cuando me hablaban porque rezar era lo único que me
calmaba, rezaba y rezaba tratando de no quería perder el hilo de la oración…
-Pero el hilo puede volver a
tomarse en otro momento… lo que no puede es dejar de hablar o escuchar lo que
le dicen, o animarse a decir lo que cree que podría llegar a decir.
-Qué hora es?
-10.45…
-¿Ya me tengo que ir?
-Puede quedarse un poco más… la
escucho…
-Prefiero irme, volver mañana o
pasado mañana… el domingo no puedo porque empecé a ir a misa de 10 de la
Iglesia del Rosario de Nueva Pompeya… y queda muy lejos de mi casa… la conoce?
-No, pero me puede contar porqué
va tan lejos…
-No se lo puedo contar hoy… sólo
le digo que el domingo no puedo…
-Yo no trabajo los domingos, pero
puedo esperarla el lunes… ¿le parece?
-Si… usted cree que si hablo de
los traumas, se van?
-La espero y seguimos hablando de
usted, de sus cosas… ¿la acompaño a la calle?
Cómo me ha atrapado este relato!Y lo he leído todo el tiempo con un dejo de sonrisa. Muy buena la expectativa que despierta y el final abierto.
ResponderEliminarQue ótimo Marcela!!!
ResponderEliminarUm grande abraço,
Eliane
Esperemos hasta el lunes.
ResponderEliminarHa sido un placer tanto trauma.
Saludos, un placer leerte
Gracias a todos... es un adelanto de Los pacientes de Ana Vol.2
ResponderEliminarde Editorial Sudamericana...