Timbre
-Hola Ana.
-Adelante, puede recostarse en el diván, la escucho.
-No tengo nada para decir, sólo repetir las mismas
estupideces de siempre.
-Quizás las mismas estupideces de siempre se escuchan de otra
manera, algo distinto digan.
-Hace días que no duermo… el viernes fue una noche espantosa.
Salí con Darío. Es un idiota. Sólo un idiota puede querer salir conmigo un
viernes a la noche. Me pasó a buscar por la esquina de casa. Vino en moto.
Horrible la moto. Tenía olor a nafta. Me hizo recordar al auto que mi viejo
tenía cuando yo era chica y viajábamos a Monte Hermoso. Era horrible Monte
Hermoso. A todos les encantaba. Nunca entendí que era lo que les gustaba.
Atravesar tanta arena para llegar a mojar los pies en el mar era una expedición
de calor y viento intolerable. En la moto de Darío sentí lo mismo. Mareo de
viento y de calor. Fuimos al cine. Él me quería agarrar la mano en algunos
momentos de la película. A mí me molesta que me agarren la mano. Cuando miro
una película, miro una película. Me concentro. Quiero meterme dentro de la
película, que nada me distraiga… pero me agarraba la mano y yo lo odiaba.
-…
-¿Sigo?
-Como usted quiera.
-Cuando salimos del cine, me invitó a comer pizza con
cerveza. Odio la pizza. ¡Ya te dije que
odio la pizza, Darío!! …. Pero no
escucha nada. Siempre lo mismo: cine, pizza y hotel. Esta vez traté que algo
fuese distinto. Todo un desastre pero distinto. Llegamos al hotel y no me quise
desvestir. Escuchaba a una pareja en el cuarto de al lado. La mina gritaba como
una cerda. Darío se reía y me guiñaba el ojo…
¿Qué me querés decir? , pero no me entiende. A mí los gestos de complicidad
me resbalan. Me quiso abrazar, y me
dejé. Pero Darío no entiende nada. Yo le sentía olor a nafta en el pelo. No me
quise desvestir. Le dije: Sos un asco, y se ofendió. Se puso la camisa que se había
sacado y me preguntó si me quería quedar a dormir o me llevaba a casa. Preferí
irme. Cuando estaba subiendo el ascensor del edificio, empecé a tener ganas de
vomitar. No había comido nada, pero tenía nauseas, me parecía que el olor a
nafta subía conmigo. ¿Será que se impregna lo que uno rechaza?
-¿Por qué lo dice?
-Cuando vivo algo que no me gusta me lo llevo conmigo a todos
lados. Tardo días en digerir las cosas. Ahora que digo esto me parece que tengo
miedo. Tengo miedo que nunca me pueda desprender de las cosas malas que me
pasan. O que me pasaron y no terminan de pasar. Tengo miedo de retener lo que
me hace mal.
-¿Para vigilarlo?
-¿Vigilar lo que me hace mal?... no sé. A mí me parece que
estoy acostumbrada, que ya no es distinto lo que me hace bien o lo que me hace
mal. Todo me hace mal.
-No distinguir las cosas es un grave problema.
-Puede ser. Hace días que no duermo.
-¿Cuántos días?
-No entiendo lo que me pregunta… para qué es importante
¿cuántos días?.
-No es lo mismo 2 días que 4 días, que 11 días.
-Días… algunos días… no tiene importancia: cuántos son. Lo
que importa es mi malestar. Lo único que me salva es dormir, y hace días que no
puedo dormir.
-¿Cuántos días?
-…
-…
-¡¿Quiere que le invente?!
-Como usted quiera. Puede inventar si quiere.
-Bueno está bien, hace 4 días. Desde el jueves que no duermo
bien.
-El jueves tuvo su última sesión.
-No me acordaba, pero no creo que tenga que ver con eso. El
tema es que me había quedado una sola pastilla y eso me enloquece. Cuando se
acaban tengo que esperar ir otra vez a ver al boludo del psiquiatra, o ir a la
casa de mi tía, pero está en Londres… la cosa es que el jueves me quedaba una
sola pastilla. Me trastorné… la saqué del blíster y empecé a pensar: ¿qué
hago?, ¿la tomo? ¿La corto? ¿La multiplico? ¿La pulverizo? La cantidad es lo de
menos, me decía. La tomo y listo, mañana
será otro día. Pero, no fue otro día. Esa pastilla no me hizo nada. Era la
última y no me hizo nada. Solo tuve un
sueño idiota: estaba en la terraza de la casa de mi abuela, y me asomaba para
mirar la calle. Alguien me empujaba y me caía, pero no llegaba nunca al suelo.
Mientras iba cayendo pensaba que me iba a romper un diente, estaba segura que
no iba a morir. Me pasé todo el sueño cayendo. No terminé de caer hasta que
desperté y no dejé de estar despierta hasta ahora. Todos estos días no dormí.
-Cuando cae no deja de caer, cuando despierta no deja de
estar despierta, cuando duerme no deja de estar dormida. Como si cambiar los
estados fuese algo muy difícil. Insiste en que todo sea de una única forma.
Quizás por eso piensa que dice las mismas “estupideces
de siempre”, o que Darío nunca la escucha.
-Pero en el hotel hice el esfuerzo por hacer algo distinto:
no me desvestí.
-Sin embargo, en ese “esfuerzo” por hacer algo distinto al no
desvestirse en el hotel, también fue otra
situación idéntica, porque lo distinto no es “hacer cosas distintas”, sino interpretar las cosas distintas,
posicionarse distinto, reconocer lo distinto en lo mismo.
-Entendí algo.