martes, 28 de septiembre de 2010

La sesión escrita de Ana, la psicoanalista




Querida Estela:

Escribo a primera hora de la mañana. Hoy es miércoles, y por la tarde iré al consultorio…
Febrero me da la oportunidad de un día libre. ¿Volviste de tus vacaciones?... (Cómo habíamos pactado, te escribo diariamente).

Hace algunos días que todo lo que pasa, entra en la cadena asociativa de las vacaciones: hacer un viaje, la playa, los aviones que escucho desde la ventana de mi dormitorio al empezar la mañana, los pasajes que están baratos, el pasaporte que tengo que renovar. Bueno, ahora se me ocurre que yo me tengo que renovar. Hacer nuevas lecturas de lo ya leído, comenzar un nuevo libro, volver a escribir.

Cuando era pequeña, mis padres tenían una casita chiquita y cálida, en las sierras. Tenía las paredes de ladrillo oscuro y en la entrada de la casa, su nombre: “Villa Regina”, en alambre blanco.
A todos nos encantaba que llegara el verano para ir a la Villa, y durante el año veíamos las fotos de las vacaciones con la esperanza de que vuelva pronto el verano. Pero a mi madre no le pasaba eso, ella se preocupaba mucho por esa casa: cada vez que llovía en Buenos Aires, sufría por si llovía en las sierras. Y si no llovía, sufría porque la casa, estaba tan lejos, que ni nos enterábamos si llovía o no. ¿Y si una ventana se llegaba a abrir por el viento?… Amaba y odiaba a esa casa, en la misma y sostenida proporción.

Comprarla fue idea de mi viejo, le gustaban las sierras, los junquillos de los alrededores, el olor a lavandas en la tardecita, el ruido al arroyito, y cantar el Burrito cordobés en el auto mientras viajábamos.

Nos decía: “miren qué montañas!!!!”
Son sierras, le decía yo, para mostrarle que estaba equivocado, para saber más que él… Y él respondía: “Esas son cosas de tu madre…”

A mi hermano y a mí, nos encantaba ir a las montañasierras. Llegaban las fiestas y mi vieja empezaba a sentir que era difícil dejar sola la casa de Buenos Aires. Siempre se le partía el corazón entre esos dos amores. Se le partía el corazón… cuando murió, pensé esa misma frase… se le partió el corazón, entre no querer vivir más sin poder caminar, y el tener que dejarnos a todos sin su presencia.

A mí se también se me partió el corazón, pero otro corazón.

Se me partió la palabra c-o-r-a-z-ó-n.

Ese día me puse a escribir desenfrenadamente, todo me remitía a esa frase “corazón partío”… mitades rojas, negros amos gobernando las mitades, el dolor del amor. Chau Mamá…

La enfermera nos dijo: “no sabemos qué pasó… estaba bien… no nos explicamos”… No explique nada, se le partió el corazón… como aquellos pedazos que dejaba de testigos, entre la ciudad y la sierra. Los vientos que arrasaron las ventanas de su casa, allá en la distancia, le zumbaron demasiado en el pecho. Tenía viento entre las costillas, aullido de viento… y ese ruido nunca quiso desaparecer. No nos explicamos, insistía la enfermera mirando la camilla vacía.

Fue el viento, la lluvia, los tábanos que le susurran desde hace 45 años. Fue eso. No explique.

Querida Estela, hoy llueve en todas direcciones, en las sierras, en Croacia, en la China.

Hasta mañana.

Gracias por leerme.
Ana

1 comentario:

  1. uma sessão que faz pensar a vida de outra maneira...talvez me mostrou a leveza que anos de analise fazem chegar...

    gracias por escrever-la.

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