martes, 21 de abril de 2009

Sesión No Velada: Marita


Marita llega siempre puntual.
Me saluda con una cordialidad, tan exagerada cuanto exasperante.
Revisa el diván antes de acostarse, buscando quizás las huellas de algún cuerpo anterior, algún saco anterior, algún sentido olvidado en el cabezal.
Al comenzar a hablar elige las palabras como si eligiese una ropa adecuada o un camino a seguir en una encrucijada.
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-Hoy todo me parece “especial”…. Un poco “raro” está todo a mi alrededor…


-Porque lo dice??


-Cuando toqué el timbre del portero eléctrico Ud. Me abrió la puerta sin preguntarme quien era… cómo estaba tan segura que era yo???

- ……


- No me quiere contestar… espero que no me diga que hoy vine paranoica…


- ……

-Si ya sé que no me va a contestar nada, al fin y al cabo la vida es así: uno habla solo todo el día y a nadie le interesa nada de lo que uno tiene para decir, el mundo es una bola vacía que gira suelta en el universo, y no se conecta con nada… ya no hay satélites, todo sufre de soledad….

-Quizás la que se siente vacía, la que sufre de soledad es usted y no el mundo. Ud, no es el mundo.

-Pero tengo un mundo.

-Y cómo es hoy su mundo?

-Hueco pero se mueve. En cambio mi madre vive en un frasco. Mirando la novela de la novela de la tarde como si ellos fuesen su familia. Toda la casa está desordenada, los vasos sucios, los platos sin lavar, a mi me da asco esa manera de vivir, pero llego del trabajo y empiezo a dar vueltas por la casa buscando vasos sucios del día anterior, levantando los papeles del piso, las tazas del desayuno. Es una hora dando vueltas y vueltas en silencio para que todo vuelva a estar en orden y pueda sentarme a descansar.

-Vueltas y vueltas como un satélite.

-No me venga con metáforas!!!!


-En su planeta no hay metáforas? Continuamos la próxima.
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miércoles, 15 de abril de 2009

Decir Hipocondríaco, ultima entrega



Ariel, llega a la consulta por primera vez a los 45 años, después de años de visitar consultorios, centros médicos de alta y múltiple especialización, laboratorios de análisis clínicos, etc. Dice: "Hace varios días que siento un dolor agudo en las sienes como un pinchazoacá, ve? y el médico se niega a hacer el centellograma que seguro permitirá descubrir si en la cabeza está todo bien... y si es algo repentino y me muero en segundos sin darme cuenta?, y si estoy gravemente enfermo y estoy trabajando como si nada pasara?... además hace una semana la mujer de mi compañero de trabajo estaba lo más bien y de repente se cayó en el medio de la calle y se murió... tenía un tumor cerebral y nadie lo sabía... puede pasar... qué le cuesta al médico hacerme el centellograma que me va a dejar tranquilo".
El hipocondríaco se siente enfermo, y se muestra como un obsceno discurseador, un impúdico que relata sus sospechas, y sus temores esperando una palabra que lo calme, que tenga una consistencia semejante a sus miedos orgánicos. Describe cuidadosamente el comienzo y el final de un malestar cómo si en cada frase estuviese por descubrir el secreto de su vida o la cercanía de su muerte.
Le pide al médico garantías: o de una salud estable o de una muerte segura por una terrible enfermedad. No soporta ni su contingencia en ser, sus propios enigmas en tanto sexual y mortal. Su discurso es pobre, estrecho, limitado siempre sobre lo corporal, como si sus palabras fueran obstinadas cazadoras de su propio pedazo de carne. Detiene el mundo para tomarse el pulso o escuchar algún ruido en su estómago, o para esperar si la puntada en las sienes llegará más o menos a la misma hora que el día anterior.
Está todo el tiempo tratando de pesquisar los contenidos imposibles que lo aquejan. Su manera de puntuar queda siempre atrapada en una zona desconocida del cuerpo, cuando se trata de ello, la puntuación es siempre suspensiva.
Las variables de una vida resultan insoportables, todo se cobija en un órgano. Prefiere pensar que la muerte es lo incierto, lo variable, en lugar de aceptar que es la vida, aquello impensado a lo que le teme, y que de la muerte nada se sabe.
No acepta su mortalidad, por eso padece, además, de una alteración con respecto al tiempo. Le resulta insoportable aceptar que en el futuro está esperando la muerte. Ser mortal le parece una mala jugada del destino, rechaza su mortalidad, y hace consistente y letal al futuro.
No acepta que él morirá.
Vive creyendo que es el futuro, un asesino serial.

lunes, 13 de abril de 2009

Decir Hipocondríaco (3ª entrega)


Habíamos dicho que no había sujeto más allá del lenguaje, y que toda palabra va más allá del sujeto, ya que el sujeto es un sujeto hablado, y ese hablar va también más allá del sujeto que habla.
Si nos referimos al lenguaje hipocondríaco o al lenguaje del órgano, podríamos decir que es aquel en el cual un órgano particular deviene el referente de una frase o un discurso verbal. Se trataría entonces de un paciente que habla de un órgano y que lo hace con palabras.
El lenguaje del órgano resulta muy diferente del lenguaje verbal, ya que el órgano no puede tener mayor riqueza de vocabulario que la que su estructura y función le condicionan. Cada órgano tiene una especie de dialecto, un código lingüístico acotado y particular que determina su forma de hablar. Al ser sus posibilidades tan limitadas, el lenguaje de órgano resulta demasiado pobre como para dar cuenta de la normal combinatoria de los significantes propios de distintas zonas erógenas.
Con relación a lo discursivo, se compara la hipocondría con la esquizofrenia, ya que en ésta aparece con frecuencia, en sus períodos iniciales una alusión a órganos somáticos o a sus inervaciones, en las cuales aparecen sentimientos de transformación corporal, de instrucciones o de intercambios corporales, etc.
Freud trae un caso que le acercó el Dr. Tausk sobre algunas observaciones de una paciente con esquizofrenia en su estadio inicial.
Esta muchacha, que acudió a su consulta poco después de haber tenido una pelea con su novio, se queja:
"Los ojos no están bien, están torcidos. Nunca he podido comprenderle. Es un hipócrita, un ojo torcido". Él le ha torcido sus ojos, ahora ella tiene sus ojos torcidos, como si a partir de ese momento, ya sus ojos no son nunca más sus ojos, ahora ella ve al mundo con ojos diferentes.
La frase esquizofrénica presenta así un carácter hipocondríaco, constituyéndose en lenguaje de órgano.
Desde los comienzos del Psicoanálisis, Freud descubre que la gente se enferma porque se defiende de la sexualidad, pero no del saber de la sexualidad, sino de la relación del saber con la sexualidad, de un saber insabido, en el caso de la hipocondría esto parece ser rechazado, negado. Insiste en hacer consistir todas las palabras, está permanentemente atento a lo que el órgano le dice.
Desde el psicoanálisis diremos que el cuerpo tiene que ser libidinal, pulsional, objeto a, pero el hipocondríaco no tolera posicionarse como sujeto dividido, el cuerpo se opone a quedar marcado por el significante. Una frase martilla su cabeza: "No soy mortal, algo me va a matar. ¿Pero, qué?
Y así se pasa la vida tratando de esquivar la posibilidad de la muerte. Y como no tolera el sin-sentido, está siempre asomado al borde de un órgano por el que teme caer.
El hipocondríaco parece dudar de su pertenencia al mundo del lenguaje, en el cual el cuerpo es un significante más.
Padece del cuerpo para no padecer del lenguaje, prefiere estar preso de sus jugos orgánicos en lugar de aceptar que es el lenguaje quien tiene la libertad de las combinatorias. (continuará)

sábado, 11 de abril de 2009

Sesión No Velada: Santiago


Santiago llega a la sesión y casi sin saludarme entra al consultorio y se tumba en el diván.

Estoy desolado. Desde que Nora me abandonó la vida es monocromática. Todo amarillo.
Cuando comenzamos a estar juntos ella quiso que pintara la pared que está detrás de la cama de amarillo. A mi no me gustaba, me parecía que no era el color que yo esperaba ver todas las noches y todas las mañanas. Pero ella, tan caprichosa, insistente, logró que esa pared fuese amarilla.

-Y usted que quería

-evidentemente, satisfacerla a ella. Cuando compré esa casa, no nos conocíamos, y llamé a un decorador para que fuese la casa perfecta, todo beige, minimalista, pocos muebles, pocos cuadros, mucho aparato electrónico, mucho cd, dvd, y alguna vela blanca por el piso. Fueron 6 meses de idilio con mi casa. Hasta que conocí a Nora. Ella entró la primera noche que la llevé ahí y dijo: Qué frio todo. En esta casa no vive nadie?’
Me pareció insoportable, pero era tan linda, que pensé que ese comentario era un accidente prematuro en esa relación y seguimos.

- Si, seguimos, puede continuar

- La semana pasada me dejó. No me quiere ver más. Me dijo que era porque yo no quería tener hijos y ella si. Y me dejó con la pared amarilla, y una tristeza enorme.

- Pero usted tampoco quería la pared amarilla y ahora la tiene, y eso lo acompaña en la ausencia de ella.

- Si no tuviese la pared amarilla estaría en una soledad inmensurable.

- Quizás si no se hubiese opuesto a darle el hijo que ella pedía, además de una pared amarilla tendría un hijo de ella.

- Se me hizo un nudo en la garganta… touche!!

- Continuamos la próxima

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Decir Hipocondríaco (segunda entrega)


En los primeros escritos freudianos de fines del siglo XIX ya se plantea la viabilidad del término hipocondría porque se perjudica por su referencia fija al síntoma del miedo a la enfermedad, y dice que además demanda, como condición previa la existencia de parestesias y sensaciones corporales penosas. En el caso de Anna O. llama la atención de Freud que los órganos de la paciente inter vienen en la conversación, o directamente interfieren en la charla.
Por la noción de erogeneidad, que dice que las zonas erógenas pueden reemplazar lo genital y comportarse como la sede de gran cantidad de manifestaciones y descargas, diremos que todo cambio de este tipo de erogeneidad en un órgano podría ser paralelo a un cambio de carga libidinal en el yo. Los órganos pueden funcionar todos y cada uno de ellos como zonas erógenas, capaces de excitarse, aumentar o disminuir en una determinada parte del cuerpo. Por eso, en el hipocondríaco se producen también, sin duda, cambios funcionales del orden de las perturbaciones vaso motoras, perturbaciones circulatorias, sudores, palpitaciones, etc.
Según Freud, en las neurosis los procesos psíquicos son durante un buen trecho los mismos, y sólo después entra en cuenta la solicitación somática, que procura a los procesos psíquicos inconscientes una salida hacia lo corporal. Cuando este factor no se presenta, el estado total será diverso de un síntoma histérico, aunque también puede ser afín en cierta medida, a una fobia o a una idea obsesiva, en suma un síntoma psíquico.
En la hipocondría podemos ver el máximo nivel de retracción de la libido del Yo, ya que su nivel de simbolización es pobre, logra simbolizar el mínimo posible. Se la compara con la megalomanía -el delirio de grandeza- como un intento de simbolizar, aún cuando toda la libido está puesta en el yo. En la hipocondría la libido vuelve al yo y queda capturada en el organismo, en la megalomanía al menos se simboliza algo.
A partir de la actualidad de una erogeneidad específica, nace la sensación somática que es condición para que se constituya el rasgo hipocondríaco, partícula pensada como parte constitutiva de cualquier neurosis. (continua)

miércoles, 8 de abril de 2009

Decir hipocondríaco (primera entrega


"Los médicos de finales del siglo XIX rechazaban la idea de la muerte ligada a la superstición, que hablaba de la muerte como un estado mixto, mezcla de vida y muerte. Para ellos, la muerte no era más que un punto geométrico sin espesor ni densidad, la muerte no era más que una palabra equívoca del lenguaje, para designar la detención de la máquina, la simple negatividad.".
El hombre ante la muerte. Philippe Ariès
El hipocondríaco dice que tiene miedo a morir.
Leyendo en la Revista Extensión Universitaria, un trabajo sobre "La Histeria y el erotismo de la insatisfacción" de Amelia Díez Cuesta, dice: "El sujeto nunca está más allá del lenguaje, pero la palabra siempre está más allá del sujeto... el lenguaje es más máquina que nos hace funcionar que utensilio al que damos utilidad.".
Para el psicoanálisis no hay enfermedad fuera de la estructura del lenguaje, y desde aquí entré al tema de la hipocondría, pensándola como una manera de posicionarse con relación al lenguaje.
Una cierta complejidad se abre al decir lenguaje del hipocondriaco y hasta podría resultar controvertido porque es sabido que el hipocondríaco padece de serias dificultades de simbolización, pero además se compromete en una misma frase el concepto de hipocondría con el lenguaje. Algunos autores al referirse a la hipocondría dicen: "el habla del órgano". O como Freud lo llamaba en 1915, el Organsprache, pero refiriéndose al Habla como facultad y medio expresivo, aunque sea independiente de la participación de sonidos, como lo mostraba en el caso Dora, cuando leía en la afonía, y la insistencia que tenía en escribir durante esos momentos, que: "Aquellos cuyos labios callan, hablan-charlan con los dedos".
Comúnmente se le adjudica la categoría de afección, sufrimiento, padecimiento o enfermedad caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual, debido a la excesiva y continuada preocupación por el estado de su propia salud.
Siendo esta actitud "el temer estar enfermo o el miedo a morir" la que captura la vida del paciente y la que adquiere mayor preponderancia cuando se describe a la hipocondría.
El concepto psiquiátrico habitual pone el acento en un temor exacerbado a estar enfermo, y su particularidad reside en la ausencia de lesiones comprobables.
Sin embargo, cuando Freud habla de la hipocondría y de las diferencias y similitudes que mantiene con la enfermedad orgánica, llega a la noción de que la diferencia entre ambas, que es la existencia de una lesión del órgano, quizá no tenga ninguna importancia.
Por otra parte, hablará del rasgo hipocondríaco como una disminución del umbral de la sensación somática. De esta manera, el paciente habla del órgano insistentemente porque esa disminución del umbral, determina que sea el órgano el que le hable por medio de la sensación somática.
La hipocondría es algo muy complejo, que nos enfrenta al vasto territorio que va desde el síntoma hipocondríaco a la enfermedad Psicosomática y al síntoma histérico de conversión. Además, se la relaciona con la psicosis, con la paranoia, con la fobia, y hasta se la llama histeria masculina.

domingo, 5 de abril de 2009

100 palabras


Hay 100 papeles
500 palabras
4000 maneras de decirlo
Hay 12000 intentos de calmar el clima
300 nubes
1000000 de gotas cayendo en esta esquina
Hay 2 tormentas, sur y norte no se juntan jamás
Hay algunos miedos
Nada como esperar el desenlace
Hay 5 dedos marcados en tu cara
El destino no perdona
Hay 3 historias cruzadas
Hay 10 mandamientos que no se cumplen
Hay 7 Maravillas muy lejos de aquí
Hay varias guerras simultáneas
Hay 17 desastres naturales
Hay 1 mundo en silencio
Y 1 hospital
Y 1 muerto
Y 1 llanto infinito
Partido en 2.

marcela

viernes, 3 de abril de 2009

Un cuento


El secreto violado

Son pocas las veces que esa ventana se abre a esta hora, dijo Matilde, mirando hacia el chalet de enfrente.
Su tía Elena, guardaba silencio mientras hacía las tostadas de la mañana, la cocina se llenaba de ese aroma que hace que una casa sea una casa, y que todo se ponga en movimiento.
-No te llama la atención que esté cerrado casi todo el día, y a veces, sólo a veces se ve que hay alguien allí? insistía.

Elena, manipulaba los panes y la manteca, distribuía las tazas y cucharas sobre la mesa, las servilletas de papel con maripositas verdes, mientras parecía no afectarse por las intrigas de Matilde.
-No te interesa cómo viven los de enfrente? que raro... Hace tantos años que vivís aquí, y nunca hablás de ellos…
Matilde pasaba sus vacaciones en la casa de su anciana tía en San Lorenzo. Las montañas eran el marco ideal de su descanso. El color de las hortensias, la casa colonial que siempre cobijaba el sosiego familiar.
Elena vivía allí en esa ciudad arriba del cerro desde su nacimiento. La casa mantenía intacta la fachada de un pasado pródigo de próceres y promesas incumplidas.
Elena cuidaba los detalles para que el paso del tiempo acentuara el porte de solidez y alcurnia de la casona.
Lo único que había cambiado en estos años, era el color de las paredes. Después de la muerte de su padre, el amarillo original del frente, se hizo ocre, pero cuando murió su madre, volvió al amarillo original.
Enfrente.
Elena no miraba para Enfrente.
Ella tenía el rechazo, enfrente.
Enfrente había un chalet americano, que no respetaba la arquitectura colonial del barrio. Grandes ventanales, un techo de pizarras negras que casi tocaban el suelo, un pequeño espacio verde en la entrada y un garaje demasiado grande para esa zona tradicional salteña.
El chalet de enfrente, blanco siempre blanco, ventanas cerradas durante casi todo el día y un jardín donde las plantas crecen solas porque el agua de lluvia llega siempre un poco después de lo esperado, y los vecinos miran mustios la fachada de esa casa extranjera con cierto desprecio.
-Será una mujer que vive allí? Un hombre? no creo que vivan muchos... está todo muy cerrado... decía Matilde una y otra vez.
Elena, a veces parecía no escuchar las intencionales preguntas de la joven, y a veces dejaba escapar un: no sé quien vive... quizás ya no vive nadie... yo tampoco veo a nadie últimamente.
Esa mañana se abrió una ventana.
-Hay alguien enfrente.
Matilde se puso a mirar y le pareció ver una figura femenina, caminar detrás de una cortina. Agudizó la mirada: era una mujer, si, era una mujer delgada, alta, tenía algo en el cabello, algo que lo prendía por la nuca y caminaba por la casa en penumbras, se movía despacio, abría algún cajón de algún mueble oscuro en la sala a oscuras...
-Alguien está caminando en la sala de la casa de enfrente.
-Allí no hay sala, allí hay living... decía Elena, que desconfiaba de todo lo que había nacido después de la muerte de sus padres.
Sus padres. Enfrente. Su padre.
Cuando murió su padre. La ciudad entera subió al cerro. Un entierro solemne para el Dr. Camilo Saravia, abogado civil, político de pura cepa salteña, Ex Gobernador.
Toda Salta acudió al entierro, amigos y enemigos. Nadie quiso faltar. Estaba la alcurnia mezclada con la gente de los sindicatos que le dieron al Dr. Camilo Saravia, los votos del triunfo provincial del 54.
Estuvieron las autoridades de la Gobernación actual, esos hijos de nuevos ricos, corruptos que todos saludaban con cierto recelo. Estuvieron las cocineras de la Gobernación, las secretarias de la gobernación, los asesores de su gobierno, los correligionarios, el cura párroco haciéndose acompañar por ese curita joven, que tanto detestaba Elena. Estuvo la comadre Aurelia, que subió desde Cafayate con la ahijada tonta y tullida del Dr. Camilo a quien mantenía desde hacía 20 años. Estuvo Fermín, el jardinero, con su esposa y sus hijitos todos vestidos con trajecitos negros y caritas de pompa. Estuvo la Ignacia, la viuda de al lado, que lloraba en silencio sentada en su silla de ruedas a un costado del cajón. Estuvieron los cuñados de La Ciénaga, compungidos.
El Ex – Gobernador fue velado en su propia casa en la Sala donde solía atender a los clientes y donde recibía todas las tardecitas a los viejos amigos para beber su cognac y hablar de política…La gente iba pasando durante las largas horas de los dos días de velorio, como correspondía a su jerarquía social, pero el calor y las moscas, que tampoco habían faltado al evento, hacían de este honorable sepelio de verano, una noticia social de relevancia.
Ya por las 11 de la mañana, cuando su esposa Doña Consuelo y Elena, la única hija, junto a las primas de Cerrillos, y los cuñados de la Ciénaga se acercaban al ataúd para la última despedida, entró en la sala Eustaquio, su chofer, su hombre de confianza, la sombra en todos los actos de su historia pública, la mano que le había cerrado los ojos al abandonar este mundo, el hombre que mejor conocía su altura y sus bajezas.
Eustaquio entró a la Sala y sin saludar a nadie de la familia se acercó al muerto, como si tuviese que aprovechar ese último minuto cara a cara y con una decisión que no se le conocía habló.
Algo se derrumbó por un momento, a puertas cerradas Eustaquio habló.
Habló y habló durante 5 minutos violando uno de los secretos mejores guardados del Excelentísimo Dr. Camilo Saravia.
Elena, su amada y única hija, que en ese momento llegaba casi a los 40 años, abandonó para siempre su lugar de única.
Otra hija del Dr. Saravia, Elisa que en ese momento llegaba casi a los 40 años, estaba allí mismo detrás de la puerta de la sala ahora mortuoria, esperando a que Eustaquio hablara para poder entrar en escena con su derecho filial.

Nunca pasó ese umbral.
Una mujer violada, sigue siendo una mujer? Y un secreto violado? sigue siendo un secreto?
Nunca fue reconocida, ni compartió la herencia.
Elisa quedó oculta y Elena la ve sólo las pocas veces, que su ventana se abre a esta hora.


Marcela Villavella

jueves, 2 de abril de 2009

LLUVIA

LLUVIA
ENTONCES comprendimos que la lluvia también era hermosa.

Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados.
Otras veces cae con furia
y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
Sus tambores acunan nuestras noches
y la lectura corre a su lado por los canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban.
No habían despertado todavía al amor, no sabían nada de nosotros.
De nuestro gran secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos,
la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos,
las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos,
tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado,
los ademanes y las palabras de ellos.
Todo, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia,
solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino,
en nuestra posible muerte única,
en nuestra posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la violencia de la lluvia.
Te quiero con todos los tambores de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada.
Recién estamos descubriendo los puentes y las casas,
las venas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana;
increíble, pero tan real;
numerosa, pero tan mía.
Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos línea del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande,
tan poderosa que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto,
cuando tú y yo seamos dos sombras y todavía estemos pegados, juntos,
subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia,
igual, pero distinta,
ya al caer sobre los jardines,
ya al deslizarse por los muros,
ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, l
as fugitivas luces rojas de los automóviles,
ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra congoja,
los humildes barrios de los trabajadores.
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste,
y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría.
Intima, recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia.
Oh, generosa.

RAUL GONZALEZ TUÑON